29 agosto, 2009

El lector vampiro

Es este un relato de Javier Cercas que leí este verano sobre el libro y los lectores y me sentí descrita.
Mi necesidad de ellos es tal que no soy capaz de dejarles ni un minuto de soledad, les absorbo el alma.

¿Qué es un lector vampiro?

Bellow lo explica bien: no es el lec­tor que lee para matar el rato o para divertirse, ni siquiera para hacerse sabio; todo eso es estupendo, pero el lector vampiro no lee para nada de eso: lee para sobrevivir.

De hecho, podría incluso decirse que, propiamente, el lector vampiro no lee libros: los apalea, los acu­chilla, les arranca las entrañas, les chupa la sangre, les roba el alma; no quiere leer los libros: quiere ser los libros, que los libros leídos pasen a formar parte, como dice Bellow, "de la propia sustancia".
Esta atroz carnicería suele ser un espectáculo aterrador, y por eso el lector vampiro procura llevarla a cabo sin testigos, como si se tratara del acto más íntimo de su vida íntima; y por eso, también, el lector vampiro suele ser un mal reseñista de libros, está demasiado absorto devorando las vísceras del libro para opi­nar sobre él, pero no necesariamente un mal crítico, aunque, como el libro ha pasado a ser sangre de su sangre, casi siempre sea muy difícil distinguir si lo que dice lo dice del libro o lo dice de sí mismo.
En suma: este tipo de lector sólo lee en realidad para sal­varse, ese verbo que desde hace 50 años es imposible escribir sin que se le escape a uno la risa.

Pero lo que sí sé es que hay por ahí todavía lectores vampiro, gentes capaces de apostarse enteras en cada frase y de jugarse el tipo en cada página, porque sienten todavía que la lite­ratura es el mejor modo de que todo esto se vuelva más rico, más complejo, más intenso y más real; gentes nocturnas que sobrevi­ven sorbiendo sangre ajena, tan seguras como todo el mundo de que no se salvarán, pero más dispuestas que casi todo el mundo a vender caro su pellejo.

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