Comencé con gran empeño frente al número de botones a tocar que era uno y las posiciones de dicho botón dos.
Ahí me entretuve como quien practica en piano, a dedo, y uno y dos y uno y dos…
Aquello seguía sin inmutarse y cuando comprendí mi negación para los botones decidí pasar de mi ratito de cine.
Pero los hados se pusieron de mi parte cuando se apago la pantalla y comenzó de nuevo la proyección, esta vez es en castellano y con subtítulos en el mismísimo castellano.
Claro, no pensé que ese cambio lo provocara yo con mi dedo, faltaría más, pues ya estaba bien de despiste, y adiviné que se habían extraviado a la hora de escoger el idioma.
Y saque mi moraleja que hay que esperar antes de lanzarse, pues no siempre depende del hacer la solución, sino de esperar y pensar.
Ay prisillas, me dije.
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