11 diciembre, 2008

Metro a Goya

Son las 8:30, ¡Cuánto tiempo desde aquellos días de llevar parejo el reloj a tu vida! El vagón de metro no rebosa pero tampoco la holgura es manifiesta, seres de este mundo, cada uno en el suyo compartimos espacio, dejándonos mecer en el traqueteo del tren.
Aquel señor de postal de bussiness no levanta su ojo del libro, ¿serán estadísticas? ¿Será una novela?... y aquel chaval con su mochila colocada a los pies, cualquiera se la echa encima.

Y entre medias allí estaban ellos, mama regordeta con sus dos niños los tres con la misma cara de pepones, eran latinos, ¿Quién lo iba a negar? tampoco nos vamos extrañar ya que tenemos a la mitad de la población andina “acá”.

El niño mayor iba abrazado a mama, que no me la quiten, gritaba sin pronunciar sonido mientras miraba al resto del mundo desde su fortaleza.

El mas bebe, iba en coche
propio, de esos con vistas panorámicas delanteras y su seguridad no era tanta ya que “mama cobijo” no estaba en su ángulo de mira, lo que le llevaba a girar la cabeza, al mismo tiempo que la subía y forzaba los ojos para ver a su tabla de salvación, la veía, la miraba corroboraba que no era falso y se volvía a su incertidumbre.

¡Cuanto desamparo en su rotación hasta comprobar que no hubo abandono!

Quizás algún día y cuando crezca, le toque darse cuenta que nadie le podrá abandonar pues el abandono no existe si nos queremos, ¿Qué mejor compañía entre todas las que tendremos?

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